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Día 10: de Melide a Santiago de Compostela

Duermo plácidamente en la litera de una habitación compartida y desayuno con mucha calma un café y un sandwich de jamón y queso en el mismo albergue. Tengo una mezcla extraña de sentimientos: por una parte, muchas ganas de llegar a la Plaza del Obradoiro; por otra, me da mucha pena que se acabe el viaje.

No es hasta casi las 9 de la mañana cuando tengo todo listo para ponerme en marcha:

Todo listo para salir

Todo listo para salir

Hoy lo tengo claro, ignoraré a mi amigo Garmin y seguiré todo lo posible el camino tradicional, aunque soy consciente de que será complicado en algunos momentos. No por la dificultad del camino, que no la tiene, sino por la cantidad de peregrinos que encontraremos.

La etapa es corta, apenas 55 km, pero acumula casi 1000 metros de desnivel pues Galicia es como una montaña rusa y encontraremos constantemente rampas de dos cifras. En todo caso, los números ya no importan.

Track de la décima etapa

Track de la décima etapa

Perfil de la décima etapa

Perfil de la décima etapa

Desde muy pronto pedaleo por un frondoso bosque que parece un decorado de cine; es como si le hubieran pasado un filtro de Instagram de esos que suben la saturación de color…

Bosque cerca de Boente

Bosque cerca de Boente

Se nota la proximidad de Santiago y el volumen de peregrinos, como era previsible, se multiplica. En algunos momentos se acumulan tantos y la senda es tan estrecha que no tiene sentido tocar el timbre; simplemente espero, pedaleo a paso de persona o incluso camino. No me importa, no tengo ninguna prisa en llegar.

A veces los caminantes dan un respiro y necesito parar a hacer una foto.

Bosque cerca de Riocobo

Bosque cerca de Riocobo

Algunos rincones son de cuento, parecen un decorado de película:

Bosque cerca de Rivadiso

Bosque cerca de Rivadiso

En esta zona bares, restaurantes, albergues y similares se suceden sin solución de continuidad. En Pregontoño paro tomar el ya tradicional café y plátano. Yo mismo pongo el sello, que creo que es el segundo del día. Pero bueno, en la credencial de los ciclistas hay aún mucho espacio vacío.

Hacia las 11 de la mañana paso por Casa Tía Dolores, conocida por los miles de botellas de cerveza con la que está decorada:

Casa Tía Dolores

Casa Tía Dolores

Hay tanta gente que no puedo parar, está completamente atestado. Justo después sufro un pequeño incidente con la carga; es la primera vez que me ocurre y, afortunadamente, estaba casi parado. Los tirantes reflectantes que me había quitado -hoy apenas pisé el asfalto- se cayeron y engancharon con el cassete. Al mismo tiempo, o a consecuencia de ello, se cayó la bolsa con las zapatillas que llevaba enganchada en el elástico de la bolsa del sillín. Fue curioso -y afortunado- que esto pasara precisamente hoy, pero supongo que fue debido a la poca antención que puse en colocar las cosas.

Justo antes de una de esas rampas de fuerte pendiente adelanté a una familia estadounidense. Según empezaba a subir, al padre le dio un arrebato, echó a correr como alma que lleva el diablo y, muerto de risa, empezó a empujar mi bicicleta mientras yo le gritaba “Stop, dude, you’re gonna kill us, we’re gonna dieeeeeeee…!!!” No nos matamos de milagro.

Cerca de la una de la tarde paso por el mojón que indica que entramos en el término municipal de Santiago de Compostela, aunque aún nos quedan unos kilómetros para alcanzar nuestro destino.

Mojón caminero

Mojón caminero

Poco después paro en San Paio a tomar un bocata y una Cocacola, aunque no me hace falta. Simplemente estoy estirando la etapa todo lo que puedo, con múltiples paradas y pedaleando más lento que ningún día.

Por cierto, la inmensa mayoría de los peregrinos se ha desvanecido a eso del mediodía; supongo que muchos de ellos son extranjeros y tienen costumbre de comer más pronto. O tienen hambre. O, como yo, quieren parar para retrasar la llegada. Pero es que ¿quién va a querer salir de estos bosques?

Más bosque

Más bosque

No se puede retrasar indefinidamente; reanudo la marcha y pronto, y de nuevo con muchos peregrinos en camino, llego al Monte do Gozo. Desde ahí se supone que se veían por primera vez las torres de la Catedral pero hoy en día no estoy seguro de que sea posible; además, me niego a mirar hacia el horizonte. A mi izquierda, me impresionan los pabellones del gigantesco albergue.

Por fin entro a la ciudad y, para no perder la costumbre, la lío con el GPS. Finalmente decido hacer lo lógico, que es guiarse por las señales de toda la vida, que en Santiago no faltarán indicaciones para llegar a la Catedral. Conforme me acerco aumenta la densidad de peregrinos y turistas. Hay un ambiente muy agradable, diría que festivo. Muy cerca del Obradoiro me topo con la oficina de Correos y entro a preguntar por cómo enviar la bicicleta. Con las explicaciones recorro los últimos metros del Camino.

Y ya estoy:

La Catedral de Santiago de Compostela

La Catedral de Santiago de Compostela

Es un momento emocionante. La plaza está llena de gente por el suelo, algunos literalmente reventados, otros felices, otros celebrando en grupos, cantando y haciéndose mil fotos; recuerdo en particular a un peregrino que, cojeando por una evidente discapacidad, entraba a la plaza corriendo, emocionado, casi en éxtasis. Me cuesta, pero me decido a pedir a alguien que me hago una foto con mi compañera de viaje, que se ha portado de maravilla; ni una queja ha tenido.

En el móvil suena un número alemán. Afortunadamente no es nada de trabajo; es Sam, que me confirma que está en Santiago y que podemos vernos esta noche. Quedamos en ese mismo punto a las 7 de la tarde.

No me entretengo mucho más en la plaza; me dirijo al albergue (en una ubicación excelente, a unos cinco minutos de la plaza). Esta vez el ritual es distinto; al aparcar la bici desmonto todas las bolsas y las llevo conmigo. Después de la ducha y la preceptiva cerveza, vuelvo con la bicicleta a la oficina de Correos donde es desmontada y empaquetada rumbo a casa.

Hecho ese trámite, me acerco con la credencial al Centro de Acogida al Peregrino, en el edificio contiguo a Correos. Hago una pequeña cola para recoger la compostela. La mujer que me atiende toma la credencial y, muy amablemente, me hace varias preguntas:

— ¿Has venido en bicicleta? ¿Y cuántos días has tardado? ¿Cuántos kilómetros hacías al día?

El tono es realmente muy cordial, pero me siento un poco interrogado. Empiezo a pensar que está a punto de decirme que hay hay un día en que los dos sellos son de Villafranca del Bierzo y que me puedo ir por donde he venido y sin la compostela. Antiguamente había que acreditar motivos religiosos para conseguirla pero ya no es así.

Tras revisarla concienzudamente, la mujer cerró la credencial, alargó la mano para entregármela, me miró a los ojos y tras una larga pausa preguntó con dulzura:

— Y ¿estás orgulloso?
— ¡Sí!

La pregunta me dejó desarmado y la respuesta me salió del alma; y, con ella, una lágrima. Bueno, no fue solo una.

— Perdón -dije-, es que…
— Ya, tranquilo; pero para ya, que si sigues así me voy a emocionar yo también…

Tecleó algo en el ordenador, tomó un boli y escribió a mano mi nombre en la compostela: Ludovicus. Por si acaso, me lo explicó:

— Es tu nombre en latín
— Sí… respondí con la voz aún temblorosao, lo sé, muchas gracias

Me ofreció un certificado adicional que acreditaba el haber hecho los casi 800 km desde Roncesvalles (bueno, con tantas vueltas como di acabaron siendo 804… ¡y eso sin contar los que hice en Grañón buscando un sello!) Pero no lo quise, me pareció una vanidad absurda.

Con la compostela en la mano, y sin saber muy bien cómo guardarla para que no se estropease, fui a buscar una bolsa de viaje donde guardar todas las bolsas de bicicleta. Encontré una muy barata y, justo enfrente, me abordó una chica ofreciéndome catar quesos y vinos gallegos. No iba a negarme, claro, y acabé comprando un exquisito queso y un Ribeiro que me pareció especialmente interesante. Eso sí, casi tengo que ir a cambiar la bolsa por otra más grande.

Fui a dejar todo al albergue para volver a la Plaza del Obradoiro a encontrame con Sam. Y allé estaba, con puntualidad germánica. Nos dimos un abrazo, a él se le veía también contento. Tomamos unos vinos antes de sentarnos en La Cueva del Tigre Rabioso, en la Rúa do Vilar. El tipo tenía buen ojo para elegir bares. Fuimos a lo fácil: pulpo, patatas y pimientos de Padrón, bien regados de mencía del Bierzo.

Tazas de ribeiro

Tazas de ribeiro

Y, tras la cena… nos fuimos a tomar unos vinos. La conversación pasaba de las bicis al trabajo -él era ingeniero eléctrico en una gran multinacional-, la familia, los viajes, la comida… Cerca de medianoche pensé que igual no nos dejaban entrar en los respectivos albergues (aunque intuyo que en Santiago las normas son ya más relajadas) así que nos despedimos con unos licores de café.

Santiago de noche

Santiago de noche

Santiago estaba preciosa de noche. Caminando hacia el albergue (con el sugerente nombre de “The Last Stamp” o “El Último Sello”) no podía dejar de darle vueltas a una idea que me rondaba la cabeza…

El siguiente Camino de Santiago.

¡Buen Camino!

Video de la etapa


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